Thursday, December 01, 2005

[LA CLASE DE ESPAÑOL]

LOS SANTOS INOCENTES

…pero Paco, el Bajo, aspiraba a que los muchachos se ilustrasen, que el Hachemita aseguraba en Cordobilla, que los muchachos podían salir de pobres con una pizca de conocimientos e incluso la propia Señora Marquesa, con objeto de erradicar el analfabetismo del cortijo, hizo venir durante tres veranos consecutivos a dos señoritos de la ciudad para que, al terminar las faenas cotidianas, les juntasen a todos en el porche de la corralada, a los pastores, a los porqueros, a los apaleadores, a los muleros, a los gañanes y los guardas, y allí, a la cruda luz del aladino, con los moscones y las polillas bordoneando alrededor, les enseñasen las letras y sus mil misteriosas combinaciones, y los pastores, y los porqueros, y los apaleadores y los gañanes y los muleros, cuando les preguntaban, decían.

La B con la A hace BA, y la C con la A hace Za,

Y entonces, los señoritos de la ciudad, el señorito Gabriel y el señorito Lucas, les corregían y les desvelaban las trampas, y les decían,

Pues no, la C con la A, hace KA, y la C con la I hace CI y la C con la E hace CE y la C con la O hace KO,

Y los porqueros y los pastores, y los muleros, y los gañanes y los guardas se decían entre sí desconcertados,

También te tienen unas cosas, parece como que a los señoritos les gustase embromarnos, pero no osaban levantar la voz, hasta que una noche, Paco, el Bajo, se tomó dos copas, se encaró con el señorito alto, el de las entradas, el de su grupo, y, ahuecando los orificio de su chata nariz (por donde, al decir del señorito Iván, los días que estaba de buen talante, se le veían los sesos), pregunto,

señorito Lucas, y ¿a cuento de qué esos caprichos?

y el señorito Lucas rompió a reír y a reír con unas carcajadas rojas, incontroladas, y, al fin, cuando se calmó un poco, se limpió los ojos con el pañuelo y dijo, es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos,

y no aclaró más, pero, bien mirado, eso no era más que el comienzo, que una tarde llegó la G y el señorito Lucas les dijo,

la G con la A hace GA, pero la G con la I hace JI, como la risa,

y Paco, el Bajo, se enojó, que eso ya era por demás, coño, que ellos eran ignorantes pero no tontos y cuento de qué la E y la I habían de llevar siempre trato de favor y el señorito Lucas, venga de reír…

Miguel Delibes


LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a la corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer búrla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vago afrentado y confundido hasta la declinación1 de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía un laberinto mejor y que, si dios era servido, se lo daría a conocer algún día.

Luego regreso a Arabia, junto a sus capitanes y sus alcaldes y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautiva al mismo rey. Lo amarro encima de un camello veloz y lo llevo al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: «¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!2 En Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso.»

Luego le desató las ligaduras y la abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y sed. La gloría sea con Aquel3 que no muere.


declinación: caída
¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!: es una frase que utilizan los musulmanes para invocar a Alá.
Aquel que no muere: Alá.

Jorge Luís Borges


EL OTRO YO

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos en la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo, menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incomodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancolico (melancólico) y, debido a ellos, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llego cansando del trabajo, se quito los zapatos, movio (movió) lentamente los dedos de los pies y encendio (encendió) la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando desperto (despertó) el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insulto concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero en seguida penso (pensó) que ahora sí podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconforto.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salio a la calle con el proposito (propósito) de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estallo en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reir (reír) y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternon (esternón) un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir autentica (auténtica) melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Mario Benedetti

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